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El Nacimiento de la Doma India

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El Nacimiento de la Doma India

Luego de la llegada del caballo a Argentina, con Pedro de Mendoza, como ya lo hemos explicado en el Origen del Caballo en América, sucede lo siguiente.

El indio no conocía el caballo, como tampoco conocía al blanco hasta su aparición allá por 1492, así como al hombre en un principio le atribuyo características celestiales o sagradas, al creer que eran enviados de los dioses; con el caballo pasó algo similar.

Como ya lo hemos enunciado antes, el suelo, el clima, y la vegetación argentina, contribuyeron a una explosión demográfica de caballos sin precedentes, en pocos años se reprodujeron por miles, migraron y se distribuyeron por todo el territorio argentino, con zonas preferentes como la Pampa Húmeda, centro y sur del país.

La aparición del caballo causo gran impresión en el nativo, cuya cultura politeísta y altamente creyente, no tardo en atribuirle características sagradas o casi sagradas.

A esta aparición y a este impacto visual se sumo que esos animales por momentos mutaban en algo más sorprendente aún. Algo más poderoso e impactante, en ocasiones el caballo dejaba su aspecto natural y evidentemente animal, para transformarse en un centauro, una mezcla divina entre hombre y caballo, con un poder de locomoción asombroso y una fuerza hasta entonces desconocida.

Cuando descubrieron que ese centauro no era tal cosa, y que se trataba de hombres igual que ellos montados a caballo, su obsesión por tenerlo, aprovecharlo y disfrutarlo no tenía coto.

El caballo aparece para el indio en una época difícil donde las relaciones con el blanco se habían roto, y los enfrentamientos bélicos ya habían comenzado.

En definitiva el indio cree que dios envío al caballo para poder hacer frente a esta situación.

Es por eso que el indio no lo ve como alimento desde el inicio, lo ve como un ser bendito que llegado para hacer frente a esta nueva vida de conflictos y lucha. Esto explica el gran respeto que los indios tenían por el caballo, su carácter de semi sagrado le imponía un  respeto propio de  dicha condición, “con lo sagrado no se juega, no se blasfema”, otra creencia que tenían, era que quien hiciera daño o provocara a un caballo, no sufriría en su persona, sino alguien querido, o su familia, sufriría un mal en castigo de aquel maltrato inferido al caballo.

Luego hacia delante en la historia, comieron su carne y bebieron su sangre, a modo de  comunión, tenían la creencia que así su espíritu y su cuerpo adquiriría las condiciones del caballo, lo que ellos tanto admiraban, ese espíritu libertario, esa fuerza brutal, esa nobleza sin limites.

El indio, era un ser absolutamente adaptado al medio, con  un poder de observación altamente desarrollado, las circunstancias de la vida de aquellas tribus, así lo exigían, ya que si el indio no observaba y no era un gran conocedor de la naturaleza, no podría sobrevivir. Eran netamente cazadores, y para ello, debieron desarrollar técnicas de estudio que le permitieran discernir el comportamiento de todos aquellos animales de que se sirvieron como alimento. El indio era por aquel entonces lo que hay llamamos un etólogo.

Esta visión aguda y esta predisposición natural a la comprensión de la naturaleza, facilitaron en gran medida, que el indio entienda al caballo como lo hizo, y llegue a educarlo y adiestrarlo a un nivel extraordinario, con una noción de la práctica y el entrenamiento, que hoy se ve en las disciplinas deportivas mas exigentes. Si tuviéramos que calificar al indio pampa, podríamos decir que fue un gran etólogo, domador, adiestrador y entrenador de caballos.

Y es que no podía ser de otra manera, de este caballo dependía el destino de una etnia, fue su arma mas poderosa, y el símbolo de poder por excelencia de cada Tribu.

El indio era un ser natural al extremo, como dijimos eran expertos observadores y cazadores, su noción del tiempo no era la de nuestros días, así como podían pasar mas de un día a la espera de su presa, sin tener necesidad ni apuro alguno, pudieron con ese tiempo y esa idea de la vida serena y natural, domesticar al caballo basándose en el respeto, el tiempo y la ecuanimidad.

Para llegar a tomarlo, por ejemplo, utilizaron los elementos que les otorgó la observación, entre otras cosas observaron que los caballos eran animales de hábitos, uno de ellos era que a determinada hora del día los caballos lamían sal o sales minerales en lo que llamamos lamederos o salitrales (terrenos donde la concentración de sal y minerales es superior que en el resto del terreno). Mismo observaron que hasta dichos lamederos o salitrales, los caballos no llegaban por cualquier dirección o camino antojadizo, sino que trazaban sendas o senderos bien demarcados, por donde, en fila y lentamente llegaban a saciar sus necesidades de incorporar minerales. Esta modalidad sufrió  una leve evolución con el tiempo, y hay pruebas que demuestran que transportaron sal a lugares de su mejor conveniencia, para habituar a las manadas a lamer sal más cerca de sus hogares. Con esta información, el indio dedujo una manera natural, y absolutamente inteligente de atrapar al caballo sin provocar el miedo y la consecuente huida, de la que ya habían sido testigos en otros momentos.

El arte de atrapar los potros sin que estos sufrieran ningún tipo de sobresalto, consistía en construir paulatinamente un corral en el lugar donde estos caballos lamían sal. El proceso era lento, ya que los caballos no se acercarían a un lugar  al que estaban acostumbrados, si el cambió era demasiado evidente. Entonces de a poco comenzaban la construcción del corral circular, el material que utilizaban era también muy discreto, ya que consistía en ramas de árboles que formaban parte del monte autóctono, normalmente se trataba de ramas con espinas, como tala, caldén, espinillo, etc.

Lo iban construyendo de a tramos muy cortos durante la ausencia de los potros, estos al llegar y notar los cambios, se detenían desconfiados, hasta que se decidían a lamer como lo hacían habitualmente.

Desde los inicios de la obra se dejaba un cuero de vaca, cerca de lo que luego sería la entrada del corral. Ya verán la razón de ello, es que la lógica y la deducción del indio son siempre sorprendentemente inteligentes.

A medida que el corral iba tomando forma, siempre circular, los caballos se iban habituando a los cambios de la geografía del lugar, y así hasta que esta estructura tomaba su forma final, con un portillo por donde entraban y salían los caballos.

Un día determinado, un niño de aproximadamente doce años, se metía debajo de aquel cuero de vaca que desde el inicio estaba cerca del portillo, el camuflaje era el ideal ya que los caballos no notaron cambio alguno por que estaban habituados a este cuero. Una vez que los caballos permanecían dentro, este niño lentamente levantaba el cuero, y lo utilizaba para cerrar el portillo. Los caballos quedaban dentro, mientras los demás integrantes de la tribu, que permanecían a unos kilómetros del lugar aguardaban las señales de humo que enviaría el niño cuando la misión de encerrar a los caballos estuviera completada.

Este corral de encierre era de grandes dimensiones, aquí quedaban los caballos por varios días, mientras comenzaban con los primeros acercamientos.

El indio contaba como dijimos, con un gran conocimiento sobre la naturaleza en general, y una adaptación al medio asombrosa.

El acercamiento al potro no era otra cosa que jugar con las necesidades básicas de los caballos para poder sobrevivir. Una vez que los caballos estaban encerrados, los interesados se quedaban día y noche en el corral, dormían ahí mismo, y solo se ausentaban si era estrictamente necesario. El indio personalmente se encargaba de procurarle al potro el agua y el pasto, transformándose así en su principal benefactor. De esta manera, el potro empezaba a perder el miedo y a hacer una asociación positiva de ese ser extraño que no solo no le hacía daño, sino que, además, era el sinónimo de beber y comer.

El indio jamás tenía apuro, nunca apresuraba el proceso de tomar al potro, pasaban varios días hasta que podía tocarlo. No había tiempos perentorios, esta ceremonia podía extenderse el tiempo que fuera necesario, este era el comienzo de una relación indestructible, basada en el respeto y la ecuanimidad.

Con el correr de los días, ya cada caballo tenía su dueño, cada indio se encargaba de colocar a su elegido un bozal o cabezada de lana, con un cabresto o cuerda de mayor diámetro, para empezar a manejar y dirigir con mayor precisión la educación del potro.

La relación hombre – caballo se forjaba en base a un trato absolutamente animal, con juegos de jerarquía, imitando el indio, el comportamiento que había aprendido de los caballos tanto en libertad, como en esos días en que convivían en el corral de encierre. Este juego consistía en perseguir al potro, ocupar su lugar dentro del corral, volver a correrlo, y así hasta que el potro aceptaba su rango jerárquico dentro de esa manada de dos que se había formado en ese corral. Luego pasaba horas manoseando al potro por cuanto lugar pudiera, lomo, cabeza, manos, patas, panza, etc., para quitar cualquier vestigio de cosquillas que pudiera haber.

El indio llegó a conclusiones muy concretas en base a experiencia, al empirismo de su día a día con el caballo. Supo desde muy temprano que el temor natural del caballo a lo desconocido y las cosquillas eran el principal obstáculo que debía sortear, para lo cual lo dotó de gran valentía habituándolo a lo mas variado que se podía imaginar, a ruidos extraños, gritos, silbidos, fuego, agua, oscuridad, suelos extraños, etc. De este modo el caballo conocía todos estos elementos y circunstancias, y al no corroborar dolor nunca, se habituaba a todo ello, y por consiguiente se hacía más y más valiente.

El indio jamás golpeaba a su caballo, ni a ningún caballo, no concebía que esto pudiera tener algún sentido, de hecho esta conducta la mantenía con todo su entorno,  todo era motivo de agradecimiento, a la tierra la llamaba Pacha Mama, al sol y a la luna los adoraban, como a las lluvias y a los cultivos, eran absolutamente ecologistas, amaban la tierra, sus ríos, sus bosques, el respeto a la naturaleza era primordial, de ella vivían, y para ella vivían. Si analizamos toda esta cultura, entenderemos entre otras cosas por que eran capaces de domar a sus caballos de esta manera tan pacífica, como eran capaces de criar y educar a sus hijos, y mantener vigentes a los ancianos que eran la voz de la experiencia, los guías y jueces de los destinos de la etnia. Aunque estos temas y su importancia serán vistos en la organización social y política de los pampas.

Volviendo a la domesticación del caballo; habiendo logrado quitarle las cosquillas, y ya tener ganada la confianza mutua, el indio empezaba a montar de panza sobre el lomo del caballo, para una vez mas, habituarlo a algo nuevo y desconocido, cuando el potro se confiaba y se quedaba quieto, ya estaba listo para ser montado enhorquetado (sentado sobre el lomo, con una pierna a cada lado del caballo). Y el paso siguiente era dar los primeros pasos hasta que esto se iba perfeccionando cada vez mas, al punto que llegaron a manejar el potro alternativamente, del bozal de lana, del bocado de lana, de la cogotera (pechera), y con las piernas sin uso de ningún otro implemento.

Inicialmente montaron a pelo, y luego incorporaron el cuero de oveja, que lo ponían con la lana haciendo contacto con el pelo del caballo, por que conocían las propiedades preventivas y curativas de la lanolina, que es una sustancia que posee la lana de oveja, que no lastima, y en caso de haber herida de cualquier tipo, tiene propiedades cicatrizantes.

El indio se desempeñaba como domador desde muy joven, de hecho a los 12 o 13 años, rendían examen ante el cacique (autoridad máxima de la tribu, que era elegido por voluntad directa del pueblo) de la tribu.

Consideraban que el poder del guerrero consistía en su capacidad de dialogar como también la capacidad de pelear cuerpo a cuerpo con el enemigo. Por ello se hacia una primer examen de oratoria, que consistía en que el joven mantuviera un dialogo de varias horas con el cacique y los demás integrantes del consejo de ancianos, los temas eran variados y se hablaba de naturaleza, de clima, de medicinas, de política, de armas, de caballos, de la familia, etc. Si los adultos aprobaban al joven, se daba permiso para entrar al potro que el niño había domado. El examen con el caballo consistía en una prueba de mansedumbre y otra de destreza  muy exigentes en ambos casos. El caballo debía permanecer inmóvil durante el tiempo que durare la prueba, dejarse levantar manos y patas, dejarse montar y desmontar por ambos lados y por el anca, como así también, recostarse a la orden de tirarse al piso. Pasada esta prueba, se daba la orden de montar al caballo, y el joven debía hacer varias vueltas de remolino, sobre un cuero de vaca que estaba en el piso, sin sacar una mano ni una pata de dicho cuero. Si aprobaba todas las pruebas, se le asignaba un tutor que era guerrero que lo iniciaría en las artes de la guerra. Y si no aprobaba, se le daría una nueva oportunidad meses mas adelante.

Cada guerrero debía domar sus propios caballos, como así también el cuidado y el entrenamiento estaba a su cargo. El poder y el orgullo de cada tribu, estaba directamente relacionado a la calidad y la cantidad de caballos de guerra que tuviera.

No había un día en que el indio no entrenara a su caballo, “lo varea en la madrugada jamás falta a este deber, luego lo enseña a correr entre fangos y guadales, ansina estos animales es cuanto se puede ver….” Martín Fierro – José Hernández.

Así en resumidas palabras nace la historia del indio y el caballo, una historia que se prolongó por mas de trescientos cincuenta años, y que hoy queremos reivindicar.

Es importante que rescatemos esta filosofía, y la concepción que tenía el indio del caballo, es necesario que el mundo sepa, que hay una manera respetuosa y natural de tratar a los caballos, que dio, da y dará resultados beneficiosos tanto para el caballo como para el hombre. El caballo es un ser inocente y comprensivo, solo necesita ser comprendido y educado de una manera que el pueda ser didáctica y comprensible por el. Esta es una de las misiones de esta obra, reivindicar al indio, al caballo, y proponer un cambio en el trato y los métodos que se utilizan para domar, desbravar, y domesticar a los caballos.

                                                                

Autores: Oscar Scarpati y Cristobal Scarpati